En Oaxaca es común que los edificios, los taxis y hasta las cruces para los difuntos tengan letreros hechos a mano. Sin embargo, en los últimos años, este tipo de señalética se ha reducido considerablemente al ser desplazada por técnicas modernas como impresos sobre lona y recortes de vinil. Arturo Bautista es uno de los rotulistas más reconocidos de Oaxaca y, sobre todo, de su natal Etla.
Texto por Daniel Brena
Cuando Arturo Bautista estudiaba el bachillerato comenzó a tener migrañas muy fuertes. Un martes por la mañana tuvo que salir del salón por el dolor. Ese día entendió que no podría seguir estudiando, y esa misma tarde fue a buscar trabajo.
Había visto un taller de rótulos cerca de la estación de ferrocarril. Cuando acompañaba a su mamá para vender pan en Oaxaca, desde el autobús solía fijar su mirada en los letreros de las tiendas. Y uno había llamado su atención, decía: ‘Rótulos y dibujos’. Bautista se presentó en el taller y habló con el maestro, Alejandro Olivera. «Usted no me conoce», le dijo, «pero yo estaba estudiando y por ciertos motivos ya no voy a poder. Y le voy a decir a mi padre que quiero trabajar y dibujar. Es más, no me pague. Yo lo que quiero es aprender». «Muchacho», le dijo el maestro Olivera, «aquí no es de puro dibujo. Aquí es de letras. Pero está bien, quédate. Ven mañana con tu papá para que lo conozca».
A su papá le gustó la idea. De él había heredado su habilidad para pintar, que era evidente desde la primaria, cuando los maestros le pedían que les ayudara a realizar los periódicos murales o los carteles para eventos deportivos. A su papá siempre le había interesado la pintura. Pero sus padres —que también eran panaderos— lo habían desalentado y le habían advertido que era una pérdida de tiempo. Habían llegado incluso a quemarle sus materiales, así que tuvo que aprender a crear sus propias herramientas. Para las cerdas de los pinceles, por ejemplo, utilizaba pelos que cortaba de los perros y gatos que encontraba. Y para conseguir pintura negra, colocaba una vela debajo de una lata y recolectaba el hollín, que mezclaba con aceite de linaza.
Durante el año que Bautista trabajó en el taller, se enfocó en aprender. Cuando terminaba de trabajar y llegaba por la noche a su casa, seguía practicando sobre el espejo del ropero de su mamá. Ensayaba nuevas letras que había visto en la ciudad de Oaxaca, o experimentaba con los colores y probaba distintas maneras de ponerles sombras a sus letras. Pintaba sobre láminas, cartones y hasta en las paredes de su casa. Bautista dejó el taller un año después. Pero los rótulos lo siguieron toda su vida.
Durante los siguientes años tuvo distintas ocupaciones. Trabajó como conductor de autobuses, montó una miscelánea que se convirtió en botanero, y continuó también rotulando.
Luego, tomó la decisión de cruzar la frontera y trabajar en los Estados Unidos. Quería ahorrar lo suficiente para comprar un terreno, construir su casa y un taller. No se llevó muchas cosas. Enrolló sus pinceles en papel de estraza y los puso en una bolsita de nylon dentro de su chamarra. Pensó que siempre podría encontrar un taller de rótulos donde trabajar.
Después de unos días de haber llegado a San Francisco, California, vio pasar una camioneta con la palabra Signs, que quiere decir ‘rótulos’ en inglés. Reconoció la palabra inmediatamente. Los rótulos habían estado con él gran parte de sus vida. «Era como si la camioneta dijera: ‘Etla, Oaxaca’», cuenta Bautista.
Durante los días siguientes caminó la ciudad buscando la camioneta. Por fin la vio estacionada enfrente del taller de rótulos Sarkis Signs. Entró y encontró al dueño, Sarkis Boyadijan. Como Boyadijan no hablaba español, Bautista le comunicó con señas que quería trabajar allí. Boyadijan le mostró un letrero en acrílico y le pidió que lo reprodujera sobre otra placa. De inmediato, Bautista lo midió y lo copió exactamente igual. A Boyadijan le impresionó la rapidez y la habilidad con que lo hizo, y ese mismo día le ofreció empleo.
Bautista se adaptó pronto al estilo estadounidense de hacer letreros. Los colores más comunes eran los de la bandera de los Estados Unidos: rojo, blanco y azul. Pero también tonos suaves de cafés y grises, que no eran frecuentes encontrar en los letreros mexicanos. Además, las letras eran más sobrias, menos complejas y con bordes más delgados a los que estaba acostumbrado. Y, por lo general, siempre estaban meticulosamente centrados.
En Sarkis Signs también aprendió maneras de rotular más eficientemente. A diferencia de su experiencia en Oaxaca, donde los rotulistas trabajan directamente sobre los edificios, en Sarkis Signs una gran parte de su tiempo se la pasaba en el taller, trabajando los diseños y produciendo estarcidos —una técnica para producir plantillas, haciendo pequeños agujeros, con una máquina eléctrica, sobre los trazos—. Cuando llegaba al edificio que necesitaba el letrero, sacaba su estarcido, aplicaba un pigmento rojo con una estopa, y rápidamente tenía listas las líneas para pintar. También aprendió a rotular usando proyectores, y a usar un ladder jack scaffold, que es una estructura que conecta dos escaleras, de manera que no es necesario utilizar un andamio.
Tras dos años en San Francisco, cuando regresó a Oaxaca trajo consigo la manera de trabajar que había aprendido allá. A veces, cuando se encontraba en una población alejada y no tenía acceso a sus herramientas, Bautista tropicalizaba las ideas. En vez de una máquina eléctrica para crear los agujeros de los estarcidos, utilizaba una espina. Y en vez del pigmento rojo que se usaba para calcar el dibujo, aplicaba tierra fina o talco para bebé.
Desde entonces, y a lo largo de las siguientes décadas, Bautista ha ido perfeccionando un estilo propio. Mientras que otros rotulistas utilizan solo un par de colores, él usa tres o cuatro. Incorpora también los tonos pasteles que conoció en San Francisco. Además, le gusta agregar elementos distintivos a sus letreros. A menudo, incluye pequeñas pinturas que indican el giro del negocio. Si el letrero dice ‘Bonetería y ropa de bebé Lupita’, Bautista incluye un dibujo de ropa de niño. Y si uno se acerca, puede encontrar su firma, en letras pequeñas, casi imperceptibles: ‘A.Bautista’, y dos diminutos pinceles al final.
Texto por Daniel Brena